Celebración del día de muertos según la tradicion católica en convinación con las tradiciones indigenas
El día 1 de noviembre se celebra en la Candelaria la fiesta de los difuntitos dedicada a los muertos niños, que si mueren bautizados van directamente al cielo, en donde se convierten en “angelitos”. El día siguiente se dedica a los muertos grandes (personas fallecidas adultas). Se dice que los difuntitos llegan al pueblo el 31 de octubre a las ocho de la noche. Se van al día siguiente a las seis de la tarde. Dos horas después llegan los muertos adultos, quienes parten a las seis de la tarde del día 2 de noviembre.
Por último, hacen un nuevo retorno a su casa a las seis de la tarde para, por fin, retirarse al reino de los muertos. Se alumbra su camino hacia el “más allá” con las ceras que sus familiares depositaron en las ofrendas hogareñas o de las que se ponen en el panteón. Gozan también de las viandas que se colocan para ellos en la ofrenda del altar doméstico o en el cementerio.
Ofrendas
Las ofrendas domésticas se colocan dentro de la casa en el altar familiar. De ellas los muertos absorben sólo el aroma. El día 1 de noviembre se coloca, para los difuntitos, fruta, postres de calabaza, arroz con leche, tamales de dulce, calaveras de azúcar y dulces de almendra. Se les pone también un vaso con agua y pan especial para estas celebraciones. Se enciende copal y se ponen flores, principalmente cempasúchil y sempiterna. Se encienden veladoras y ceras, una por cada difunto.
A las ocho de la noche de ese mismo día, se arregla la ofrenda para los muertos grandes, pues ésa es la hora de su llegada. La ofrenda consiste, además de lo señalado para el caso de los muertos chicos, en comida de gusto más condimentado: mole, tamales de salsa y otros guisados. Se coloca licor, tabaco, refrescos, cerveza o tequila, según haya sido la costumbre del muerto en vida.
Fuera de la casa se ponen pétalos de cempasúchil regados por el suelo y copal encendido para marcarles el camino. Para facilitar su entrada a la que fue su antigua vivienda, se deja todo abierto. A la hora que se piensa que llegan los muertos, el jefe de familia les dirige la palabra explicándoles que se les recordó y como prueba de ello se les puso su ofrenda.
La colocación de la misma sigue todo un ceremonial. Es el jefe de familia el que dirige la operación y su esposa la que la ejecuta. Ambos recuerdan de memoria a los parientes a quienes se les debe ofrendar y a medida que arreglan el altar doméstico con las distintas cosas que se van a poner, repiten el nombre del muerto al que se las dedican. Se empieza de izquierda a derecha y la secuencia es: primero las frutas, luego los panes, enseguida las veladoras o ceras, el alimento y el copal. Las flores se disponen de antemano en grandes floreros.
Se agrega una ofrenda para el ánima sola, otra por el ánima del purgatorio y por último otra más “por las ánimas olvidadas que ya nadie recuerda”. En la instalación del altar de muertos están presentes los hijos, nueras, nietos y, si los hay, bisnietos, que ese día se reúnen en casa del padre jefe de la familia.
Una vez instalada la ofrenda, la familia cena. Se prepara para la ocasión un postre de tejocote, calabaza y piloncillo. Se come el citado pan de muerto y se bebe un ponche de guayabas y tejocotes, al que se le pone licor.
El inframundo Maya y la Celebración del Hanal Pixán
Los mayas veían el tiempo como cíclico y veían a la Tierra como un plano rectangular sobre el cual existían 13 cielos que parecían ramas de árboles y 9 mundos inferiores que parecían las mismas raíces de esos árboles. Por lo tanto, la vida se encontraba en medio de esto, y la vida era el Pixán que rotaba a través del tiempo.
El Pixán, o “el alma del hombre”, era considerado un regalo de los dioses, misma que estaba un tiempo en la Tierra y luego viajaba a través de caminos en forma de serpiente hacia el inframundo.
Los mayas colocaban una mesa rectangular la cual representaba la Tierra; ésta tendría que tener 4 soportes que representaban a los 4 dioses de los 4 rumbos del mundo.
En la ofrenda durante el Hanal Pixán se coloca una cruz verde que representa la ceiba sagrada; jícaras de atole, que representan a los 4 puntos cardinales, y 22 ofrendas de comida a los dioses, tanto de los 13 cielos como de los 9 inframundos.
Se cree que las almas de los difuntos regresan durante 8 días para estar con sus familias, motivo por el cual se hacen preparativos para recibir a los seres queridos; limpian la casa y colocan comida tipica en el altar, esto incluye, por supuesto, el mucbipollo entre otras delicias.
La importancia que tiene la celebración del Día de Muertos constituye una forma de resistencia cultural que favorece el mantenimiento de la identidad de este pueblo, que se resiste a modificarse pese a la urbanización y a los cambios estructurales que ésta conlleva.
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